El eterno reciclaje de una lata con propósito
Imagina un mundo donde cada minuto se consumen más de un millón de botellas plásticas. Ahora, visualiza que apenas el 9% de ellas se recicla, mientras el resto acaba en ríos, praderas, océanos o, en el mejor de los casos, en vertederos donde tardarán más de mil años en degradarse.
Para colmo, incluso las pocas botellas recicladas tienen un destino limitado: su reutilización degrada el material hasta volverlo inútil. Ese es el desolador paisaje de plástico en el que vivimos.
Por eso, la idea de productos infinitamente reciclables no es solo importante, es necesaria. En nuestro caso, hemos apostado por el aluminio, un material eterno, tan resistente que se utiliza para construir aviones o sondas espaciales diseñadas para explorar los confines del universo. Y aunque Devil Water no vuela ni viaja por el espacio, al menos no está hecha de plástico, como las marcas tradicionales que durante décadas han dominado el mercado sin intención alguna de cambiar. Estas compañías, cómodas en sus imperios de plástico, parecen incapaces de ver más allá de sus propios intereses.
El impacto es abrumador: ese millón de botellas plásticas consumidas cada minuto generan más de 144 mil toneladas de CO₂ al día. En contraste, el aluminio cuenta otra historia: aproximadamente el 75% del aluminio producido desde 1885 sigue en uso hoy en día, reduciendo las emisiones de CO₂ en más de un 90% cuando se recicla para hacer nuevas latas de aluminio
Podríamos seguir hablando de cifras y problemas por horas, pero a veces, la mejor acción que podemos hacer es simple. Así que, date un respiro, abre una Devil bien helada y disfruta cada sorbo como si fuera el último de tu vida y condena a esa lata a un eterno ciclo de reciclaje.
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